Carlos Scannapieco
El grabado argentino ofrece un espectro realmente admirable de cultores que van de una margen a la otra del camino gráfico. Sin embargo, son los menos los que permanecen en la conducta (¿o convicción?) de las técnicas clásicas, apropiándolas a imágenes y contenidos contemporáneos. Entre esa minoría sobresale, por méritos propios, Carlos Andrés Scannapieco. Se estampa la palabra que sí es todo un símbolo, es fuerte y honda en el fraseo de las incisiones xilográficas. Porque para él la madera constituye todo un cauce testimonial para dar vuelo a sus temas urbanos, a sus recreaciones de vida, a sus cantos de tinta y papel. Y en este sentido que su obra alcanza no sólo coherencia y profundidad, Scannapieco trabaja el taco con incisiones firmes, definitorias. Hace lo que cabría rotular como “grabado en positivo”, en oposición a quien cava escasamente y obtiene limitados contrastes de luces y sombras. El suyo, temperamental y firme en las oposiciones de las tintas, es un grabado que llega a la estilización de planos y contenidos, sin proponérselo a priori. Por eso sus formas, rotundas y plenas son, sin embargo, extrañamente sugeridas en los ritmos de incisión. Aparecen cargadas de una energía si se quiere frontal (valga el eufemismo), pero abierta y convocante al contemplador. Una energía que está no sólo en las manchas que de pronto eclosionan en figuras , sino también en ciertos trazos de innegable carga oriental, que dinamizan su composición y le quitan tono retórico. Scannapieco es un artista que mira a su ciudad y da testimonio de ella. Quizá la geografía sentimental a la que recurre –motivalmente, más que por una razón temática- sea para algunos trivial. Pero a poco que se profundice su labor grabadora, se advertirá que el artista no se aquieta nunca en conformismos, ni se esteriliza en norias de imitación.
Su obra es sorprendentemente dinámica, plural en significaciones, de una gozosa libertad.
J. M. Taverna Irigoyen

